Tras varios días de confinamiento, es normal que nuestras emociones estén a flor de piel, que la incertidumbre empape nuestros sueños, y que nuestros cuerpos estén más deseosos de conectar, con la que será, la primavera más limpia, salvaje y silenciosa de la historia.
Sentir miedo, tristeza, aburrimiento….y al mismo tiempo ver brotar en nuestro cuerpo la esperanza, la ilusión o la calma. Es normal. Pero también es normal sentir otras emociones diferentes.
Está bien sentir y emocionarnos.
De igual forma, está bien darnos cuenta de las emociones y las sensaciones que tenemos, de notar como se asoma el miedo para dejarnos durante unos minutos sin aliento, de sentir nostalgia al no poder abrazar a los nuestros aún estando tan cerca, de notar rabia al ver todas esas cifras en la televisión, y también, está bien expresarlo.
Es bueno para nuestro bienestar, no tragarnos lo que sentimos. Pues puede que no lo sepas, pero muchas alteraciones de salud como el síndrome de intestino irritable están íntimamente relacionadas con esa costumbre de “comernos las emociones”, de reprimir lo que sentimos, y de querer ocultar y silenciar lo que nuestra mente y nuestro cuerpo nos están diciendo. Quizá, porque en algún momento de nuestra vida, creíamos que expresar nuestra vulnerabilidad nos haría más frágiles y menos deseados. ¡Qué gran mentira!
Sin embargo ahora, y en realidad siempre, tenemos la oportunidad de abrir nuestro corazón y conectar con todo lo que este nos trae, acoger esas emociones y darlas el mimo que se merecen.
Como te decía…sentir no es malo.
No necesitamos hacer desaparecer lo que sentimos, sino más bien lo contrario. Atender, observar y abrir bien los brazos para abrazar todo eso que nos hace que el corazón se acelere, y también, que se calme. Porque todo lo que sentimos, sea más o menos incómodo, nos está enseñando algo.
Desde que hace varias semanas, nuestras vidas diesen un giro de 360º, sin tiempo de dar ese último beso, de tomarnos ese café en nuestra cafetería favorita, o de disfrutar de ese paseo al aire libre, nos hemos tenido que adaptar, poco a poco, y puede que aún lo sigas haciendo, a nuevas rutinas, escenarios, y quizá a otras compañías.
Asimismo, es posible que hayas tenido que adaptarte (o estés en ello) a una nueva forma de alimentarte, de hacer la compra, de planificar las comidas, de cocinar y en definitiva, de comer.
Quiero decirte que esto también es normal. Nadie se había imaginado que el COVID-19 pudiera revolucionar tanto nuestras vidas, trabajos y nuestras neveras.
Aunque puede que te cueste entenderme, y más si estás preocupada por tu alimentación, quiero decirte que nuestra forma de relacionarnos con la comida durante estos días, puede enseñarnos mucho. Más de lo que ahora puedas creer. Nos aporta información sobre cómo influye lo que sentimos sobre lo que comemos y viceversa.
Y a nivel de salud, alimentación y nutrición, este aprendizaje vale millones. ¡Muchos millones!
También me gustaría recordarte que esto no es una carrera de fondo, o no debería serlo. Es decir, no sientas que debes de tener un manual de instrucciones para saber qué comer, qué picotear entre horas, cómo hacer comidas más conscientes, o cómo conseguir no sentirte culpable al comer. Permítete no saberlo. Permítete sentir para aprender. Permítete aprender algo nuevo.
La alimentación saludable, al menos como la entiendo yo, no va de medallas, pódiums, ni premios. Disfrutar de una alimentación saludable, va de aprendizajes, enseñanzas, y sobre todo va de ti. De conocerte más. De conocer mejor tus hábitos. Y de saber, que pase lo que pase, tú estás ahí para poder abrazarte.
Puede que estos días estés comiendo peor, con más ansiedad, de forma más automática, y sin apenas disfrutar de lo que te llevas a la boca.
Si te sientes identificada, hay algo que quiero decirte. No es el momento de ponerse a dieta, de prohibirse alimentos, ni de contar calorías. Bueno, en realidad, no creo que nunca sea el momento de hacer todo esto. Porque estas conductas, si de algo nos alejan, es de nuestra preciada salud.
¡No! Créeme, no necesitas más control en tu vida. Ahora no. Bueno, como te decía, mejor nunca. Por paradójico que pueda parecerte, el control desata el descontrol, la ansiedad y la frustración. Querer controlar absolutamente todo es demasiado agotador, irracional y contraproducente.
Si piensas que necesitas controlar la comida para lograr ese cuerpo deseado, estás equivocada. No hay nada de cierto en esa ecuación, como tampoco lo hay en la idea de pensar que ese cuerpo deseado nos hará mujeres más seguras y felices.
La verdad, y aunque al leerme te cueste creerlo…la seguridad, la confianza y la felicidad, nada tiene que ver con la delgadez, el físico o esa imagen mental, que hemos diseñado en nuestra mente. Y mucho menos, todo esto tiene que ver con la comida. Su origen está en nuestros pensamientos, ideas y creencias. Por ello, si buscamos caminar hacia una relación saludable con la comida, son estos últimos los que sería bueno cambiar.
Si no sabes cómo, pide ayuda. En este caso, quien mejor te puede ayudar es un psicólogo experto en alimentación, en sinergia con un Dietista-Nutricionista, que trabaje sin dietas.
Como te decía unas lineas más arriba…el control desata el descontrol. Las dietas son control. Las prohibiciones dietéticas fomentan el descontrol, la ansiedad y la frustración. Las dietas no solo no ayudan a llegar a ese lugar que tanto deseas, sino que además, pueden hacerte más daño.
Ahora, más que nunca, permítete comer sin deberías, sin reproches y sin miedo. Date la oportunidad de comer sin culpa, sin etiquetas y sin calculadoras.
Hacerlo de esta forma, no solo es compatible con comer sano, sino que es indispensable para conseguir disfrutar de unos hábitos de alimentación saludables.
En definitiva, si deseas comer sano, te animo a hacerlo como un regalo, desde el respeto, la compasión y el amor a ti misma.
Recuerda que comer sano nada tiene que ver con la perfección, la prohibición y la rigidez. Comer sano es imperfección, flexibilidad y compasión. No existe la alimentación perfecta. Y si existiera, yo no querría hacerla ni recomendarla.
Sin embargo, sí existe una alimentación más intuitiva, flexible y saludable. Para empezar a practicarla, no necesitas despedirte de ningún alimento, comida o receta preferida, ni empezar a comer ese alimento que tan poco te gusta.
Haz cambios progresivos, poco a poco. Date tiempo. Para aprender a comer sano, como en cuestiones de moda, “menos también es más”.
Si te sirve, piensa en aquello que sabes que te costaría poco cambiar, que quizá haces por automatismo, pero que puedes sustituir o reemplazar, por algo más saludable. Repite conmigo: sustituir o reemplazar, que no es lo mismo que eliminar.
Eliminar tiene la connotación del “para siempre”, de borro y ya no hay marcha atrás. Sin embargo, las palabras sustituir o reemplazar nos invitan a pensar en un cambio flexible y maleable. En un cambio que si no nos gusta, podríamos volver a cambiar.
Y por pequeño que sea el cambio (o tu percepción sobre este), te animo a dar el primer paso. Pues la acción despierta la motivación y viceversa.
Comer sano tampoco va de combates, de guerras o luchas. Comer sano va de elegir más alimentos saludables y menos de los que no lo son, pero sobre todo, de deleitarnos con el placer de los dos.
Todo lo que te he contado en este texto, es una invitación para comer sin juzgarse, culparse ni fustigarse. El acto de la alimentación es una necesidad y nos merecemos saborearlo.
En definitiva, si te has sentido identificada con este post, te animo a no empezar una nueva dieta. A cambio, te sugiero darte la oportunidad de empezar a disfrutar de una alimentación saludable, flexible y placentera, para toda la vida.